Las energías renovables aparecen como una —sino la mejor— alternativa para reemplazar las fuentes fósiles.
Esquemas de certificación para el hidrógeno verde: su rol en la anticipación a conflictos socioambientales
Ante la imperiosa necesidad de frenar los efectos del cambio climático, las energías renovables aparecen como una —sino la mejor— alternativa para reemplazar las fuentes fósiles.
Por Maximiliano Martínez M.
[NOTA: Este artículo fue escrito por Maximiliano Martínez, encargado de prensa de la Secretaría Regional Ministerial de Energía, Región de Magallanes y Antártica Chilena, en el marco de la Primera Capacitación para la prensa sobre hidrógeno verde de H2LAC. Esta versión contiene algunas mínimas modificaciones realizadas por el equipo editor de H2LAC.]
“La energía encerrada en la naturaleza se la hace salir a la luz, lo así alumbrado es transformado, lo transformado reforzado, lo reforzado almacenado, lo almacenado distribuido. Estas formas conforme a las que nos aseguramos de la energía natural, son objeto de regulación y control, regulación y control que a su vez hay que asegurar y afianzar”.
(M. Heidegger. Lenguaje tradicional y lenguaje técnico, 1962)
Esta premisa describe un panorama global crítico. En este contexto el hidrógeno, en tanto combustible, se revela como una atractiva opción. Opción que no es nueva. No lo es ni en la literatura fantástica (La isla misteriosa, Verne, 1875), ni en la realidad, donde desde hace varias décadas se obtiene mediante diferentes métodos (electrólisis, pirólisis, etc.) y a partir de distintas fuentes energéticas (gris si se genera con hidrocarburos y verde si es a partir de energías renovables).
La Agencia Internacional de la Energía, explica que hoy el 99% del hidrógeno usado como combustible se produce a partir de fuentes no renovables. En tanto, menos del 0,1% se consigue a través de la electrólisis del agua. Esto, en gran parte porque la tecnología para producirlo requiere mucha energía, lo cual lo hace altamente costoso excepto, si la fuente energética es abundante y permanente.
Esta es la situación de varios países que tienen condiciones inmejorables para el desarrollo a bajo costo del hidrógeno verde. En el caso de Chile, por el norte posee energía solar y por el sur, en Magallanes, viento. De hecho, esta región, según un reciente estudio encargado por el Ministerio de Energía, podría producir alrededor del 13% del requerimiento mundial de hidrógeno.
Así las cosas, el hidrógeno resurge como una opción eficaz en el corto plazo ante el problema del cambio climático por el que atraviesa un mundo globalizado, de incesante demanda energética, que ha obligado a las principales potencias del orbe a generar compromisos ambientales como, por ejemplo, descarbonizar la matriz energética o alcanzar la carbono neutralidad en un horizonte de tiempo no superior a 30 años.
Cumplir con estos objetivos no sólo dependerá del progreso técnico que permita un eficiente aprovechamiento de las distintas fuentes renovables, sino también lidiar con la ejecución concreta de la producción segura y constante de energía, y con los accidentes o contingencias que pueden brotar de un momento a otro. La estabilidad geopolítica es un factor. Y las repercusiones que la guerra Rusia – Ucrania ha traído especial y directamente a los países de la Unión Europea, que aún dependen del gas ruso, y cuyo suministro se ha visto amenazado, es un buen ejemplo.
Esta situación bélica está incrementando con fuerza el interés y las acciones para avanzar más rápido en la transición hacia combustibles y energéticos de origen no fósiles, razón por la cual el mundo ha puesto su mirada en países que combinan un alto potencial de energías renovables, con la suficiente superficie como para producirlos a costos competitivos. Incluso, la falta de espacio físico que se acusa ha levantado la idea de Dinamarca de crear islas energéticas (off shore). Tal cual. Y, sin ir más lejos, en Finlandia, ya se prueban las baterías de arena para almacenar calor.
El apetito por el hidrógeno verde tiene trabajando a los gobiernos de distintos países en estrategias para su desarrollo lo antes posible. Encabezando la lista se encuentra Australia, Alemania, China, Arabia Saudita, Países Bajos y Chile, que tempranamente elaboró la suya, siendo seguido en Sudamérica por Colombia.
Entre los principales elementos que componen la estrategia chilena para desarrollar con éxito el proceso, destacan los cambios regulatorios que establecerán un marco jurídico en el cual operará la incipiente industria del hidrógeno.
Certificaciones para el H2V
Vivimos en la “Sociedad del riesgo”, escribió en 1986 el sociólogo alemán Ulrich Beck. Décadas antes, en Messkirch (1955) el pensador alemán del siglo XX, Martin Heidegger, describía con notable agudeza y lucidez, su presente y nuestro futuro; ambos determinados fundamentalmente por una relación técnica del hombre con el mundo.
“La naturaleza se convierte así en una única estación gigantesca de gasolina, en fuente de energía para la técnica y la industria modernas. Esta relación, fundamentalmente técnica del hombre para con el mundo como totalidad se desarrolló primeramente en siglo XVII, y además en Europa y sólo en ella. Permaneció durante mucho tiempo desconocida para las demás partes de la Tierra. Fue del todo extraña a las anteriores épocas y destinos de los pueblos”, (Serenidad, pp. 23-24).
Hoy, lo extraño y exclusivo, devino en común, regular y masivo. Ya no estamos ajenos a lo que ocurra en una parte del planeta sin que ello nos afecte de alguna manera y en distinto grado.
La crisis climática formó —y lo sigue haciendo— una conciencia ecológica global cada vez más exigente, lo que empuja con mayor fuerza a más gobiernos a decidirse por producir, exportar o importar hidrógeno verde; y para ello, deberán someterse no sólo al escrutinio de sus instituciones de fiscalización medioambiental, sino también y, sobre todo, al de la sociedad civil.
En este sentido es que aparecen y cobran importancia las certificaciones, las que se pueden definir como esquemas por medio del cual se puede acreditar el origen y los atributos del hidrógeno que se pretende comercializar y que por tanto cumplen con los compromisos y requisitos de regulación en materia social o ambiental de un país, un acuerdo internacional o un mercado exige para ello; en otras palabras, posibilitan la trazabilidad del producto para el consumidor final.
Existen en el mundo diversas certificaciones y estándares. Sólo por nombrar algunas de las más conocidas y empleadas encontramos a CertifHy (europea), The Internacional Rec Standar y TüV Süd (alemán).
Las certificaciones tienen dos objetivos principales. Uno de divulgación, que sirve para dar confianza a las características del producto al consumidor final. Por ejemplo: para fines de responsabilidad social empresarial, de trazabilidad, transparencia, confianza y porque se habilita la fijación de precios basada en la segmentación del mercado del hidrógeno, según sus diferentes atributos ambientales.
El segundo, es el de cumplimiento, el cual se usa como una herramienta de reporte y verificación para el cumplimiento de metas de consumo de energía limpia y/o reducción de emisiones.
Los beneficios son principalmente cuatro: financieros (incentivos tributarios, exenciones, subsidios, derechos de emisión, etc); cumplimiento de compromisos ambientales: obligación de reducir de emisiones, cuotas); acceso a mercados (demanda global, acuerdos internacionales); y, reputacionales (trazabilidad, transparencia, criterios ESG).
Una certificación contiene diversos elementos que en su conjunto proveen tres atributos, según explica la Unidad de Nuevos Energéticos del Ministerio de Energía de Chile:
Atributos eléctricos sobre la adicionalidad, correlación, temporal y geográfica; Atributos Sociales sobre comunidades aledañas, condiciones laborales, etc., y, Atributos ambientales respecto a conflictos de suelo y agua, biodiversidad y residuos, entre otros.
Si bien países como Australia, Japón o Corea del Sur están trabajando en sus propios esquemas, Chile, consciente de su importancia, al momento de financiar el desarrollo de proyectos solicita un tipo de certificación, tal como lo indica la Corfo en sus bases de financiamiento de proyectos de hidrógeno verde.
Al mismo tiempo, nuestro país se encuentra explorando esquemas de certificación que se adecúen a su realidad local. Esto lo explicitan los Memorandum of Understanding (MoU) o las Declaraciones Conjuntas (JD) con Corea del Sur, Alemania, Francia, Países Bajos y con los Puertos de Rotterdam, Amberes, Hamburgo y Zeerbrugge.
De esto se sigue que, dependiendo de la necesidad o el mercado al que se desee exportar, sea lo que determinará el tipo de acreditación o proceso que será objeto de certificación. Lo mismo para un capital privado que produzca el hidrógeno verde en nuestro país para llevarlo al exterior.
Relacionamiento comunitario temprano
Dado el escenario mundial, junto a la creciente exigencia e interés de la sociedad civil por los temas ambientales, esta arista hará que los esquemas de certificación puedan cobrar un mayor protagonismo estratégico al momento de implementar un proyecto. Especialmente en lo relativo a los atributos ambientales y sociales.
La sensibilidad a las materias energético-ecológicas, si bien ha tenido una baja significativamente estadística según la última Encuesta CEP de mayo de 2022, la contingencia, la sequía que afecta a la zona centro-norte del país y los últimos sucesos de contaminación como el de la Fundición Ventanas, ponen de nuevo el tema en el centro de la agenda mediática y política, lo que inevitablemente vuelve la vista hacia las iniciativas de hidrógeno verde debido a la magnitud de los mismos (el proyecto de Total Eren proyecta por ejemplo, la instalación de más de mil torres eólicas en San Gregorio, una pequeña comuna de la Provincia de Magallanes).
Obviamente esto pone en alerta a organizaciones ambientalistas, líderes políticos que tienen como estandarte doctrinario la protección del medioambiente y otros grupos de interés. A esto deben sumarse los convenios suscritos por Chile con la OIT asociado a un tipo de legislación indígena que podría —y ha hecho— colisionar uno que otro proyecto productivo, pese incluso a pasar por las exigencias regulatorias del sistema de permisos y evaluación ambiental.
En esta línea es que los esquemas de certificación resultan doblemente importantes; pero lo son más todavía si se comprende que la sola etiqueta de acreditación de atributos, de validación y de trazabilidad de un producto, no bastará para evitar o aminorar un eventual conflicto socioambiental; en especial si éste se emplaza en una zona de reconocida importancia turística y riqueza en cuanto a flora y fauna.
La clave será, en consecuencia, el anticipado despliegue para difundir y educar sobre lo que son, para qué sirven y cómo los esquemas de certificación benefician a la comunidad y entorno, de modo tal, que la confianza en ello y por tanto en el proyecto en cualquiera de sus fases —-de construcción u operación—, sea previa y tempranamente socializado, comprendido e internalizado por las comunidades adyacentes, autoridades locales y organizaciones gubernamentales y no gubernamentales.
La idea es que la trazabilidad sea para acreditar el producto de “oreja a rabo” y no para certificar la muerte vaticinada de un proyecto, caso en el que operaría en un sentido inverso —irónico— el dicho “cradle to grave”.
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